Listas transnacionales, os seguiremos esperando…

, de Antonio Linaje Niño

Listas transnacionales, os seguiremos esperando…
Sala de plenarios del Parlamento Europeo en Bruselas (CC: Xesc Mainzer)

De la misma forma que aquel 30 de agosto de 1954, aquel 29 de mayo de 2005 o, más recientemente, el 23 de junio de 2016, el fatídico 07 de febrero de 2018 quedará marcado para siempre en rojo para muchos europeístas y demócratas europeos.

En un contexto político marcado por la reorganización del Parlamento Europeo tras la pérdida del referéndum de permanencia británico, pero también por la superación parcial de los populismos en algunas de las últimas elecciones estatales (las italianas no tardaron mucho en poner de relieve que el populismo más casposo sigue muy vivo), y en el que desde el Consejo Europeo y el Consejo (las instituciones más conservadoras) las voces a favor de las listas transnacionales –uno de nuestros viejos sueños europeístas- parecían ser más fuertes que los aullidos en contra, el Parlamento Europeo, cámara de representación de la voluntad de los ciudadanos europeos, se hizo el harakiri con la espada del Partido Popular Europeo (PPE).

Bien es sabido que, en el complejo y prácticamente interminable proceso de integración europea (mismamente el proyecto de listas transnacionales fue propuesto hace ya 20 años), en ocasiones por cada paso hacia delante se dan dos o tres más hacia atrás, o incluso se dan pasos en diagonal, hacia un lado y hacia otro, sin mantener un rumbo fijo a cambio de seguir pedaleando con tal de no caerse de la bicicleta.

Pese a ello, la desilusión por la votación del Parlamento no ha sido pequeña. El Brexit y el aparente declive de los populismos coincide con el empoderamiento y llegada a la etapa adulta de la primera generación de verdaderos ciudadanos europeos, que nacidos tras Maastricht (1992) han disfrutado desde siempre una doble ciudadanía, la de su Estado y la europea.

Nosotros, los ciudadanos post-1992 hemos disfrutado de los derechos y libertades inherente a la Unión, defendidos y peleados por las generaciones pasadas, dando por hecho la libre circulación, la supresión de las fronteras y de los pasaportes, el Erasmus, Interraril, el derecho a residir en cualquier lugar de la Unión, la asistencia sanitaria europea, el fin del roaming…

Y es que, ya no somos solo la generación que ve imposible la fractura de la paz en Europa (más característico de nuestros padres), sino que somos la generación que los fines de semana se pierde entre las calles de otras capitales europeas, que tiene amigos en varios Estados de Unión, que con un click busca trabajo en cualquier parte de la UE… y, en definitiva, que disfruta en todos los sentidos de su condición de ciudadano.

A pesar de estos avances y el refuerzo del poder del Parlamento Europeo tras el Tratado de Lisboa (2007), los ciudadanos europeos seguimos sin ser consencientes de nuestra propia cualidad de ciudadanos.

El demos europeo sigue sin consolidarse y todavía multitud de jóvenes post-Maastricht siguen pensando únicamente en términos nacionales. Parte de esta característica es producto de la socialización y de los medios de comunicación, quienes tampoco son la causa de esta circunstancia, sino víctima, pues analizan la política y sociedad (incluso la europea) tal y como les vienen dadas por el entorno, es decir, en términos todavía nacionales.

Para los demócratas y federalistas europeos, la creación de unas listas transnacionales hubiera sido la herramienta perfecta para la construcción de un “demos” europeo en las primeras generaciones adultas de ciudadanos. Su establecimiento no solo dotaría de mayor legitimidad a la UE (pues las soluciones intergubernamentales propuestas en los peores años de la Gran Recesión solo han conseguido incrementar la desafección de la población), sino que sería la mejor manera de implicar a los ciudadanos y producir un inmenso viraje desde lo nacional hacia lo europeo.

Con las listas transnacionales, los partidos políticos, medios de comunicación y ciudadanos, dejarían de estar tentados a analizar las elecciones europeas en términos nacionales –tal y como ocurre en la actualidad-, sino que la elección directa, en una única circunscripción, de un grupo de hombres y mujeres (que además ejercerían como candidatos a la Presidencia de la Comisión) generaría un verdadero debate electoral europeo, y no 28; articulados actualmente desde los partidos nacionales bajo la apariencia de propuesta de una serie de candidatos que “enviar” a Europa, como si se tratara de embajadores o diplomáticos escogidos por sufragio universal para ser trasladados al extranjero.

Un verdadero debate electoral europeo, celebrado entre los candidatos de esa circunscripción única de listas transnacionales, además conllevaría necesariamente la presentación de programas electorales por parte de auténticos partidos políticos europeos, a los que los ciudadanos podrían claramente identificar y exigir responsabilidades, perdiendo, los partidos nacionales, su capacidad para echar la culpa a las instituciones europeas cuando ellos mismos han de adoptar decisiones impopulares.

Por desgracia, los defensores de la democratización y acercamiento de la política europea a los ciudadanos deberemos seguir esperando una nueva oportunidad, para la cual ojalá no tengan que volver a trascurrir otros 20 años.

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