Al sistema de Spitzenkandidaten, en vez de reforzarlo, se la ha puesto final
Cuando en 2014 se introdujo el mecanismo de los Spitzenkandidaten, parecía que llegaba al fin ese tan ansiado acercamiento de las instituciones a la ciudadanía. El electorado europeo al fin era consciente de qué candidato a la presidencia de la Comisión Europea estaba apoyando con su voto. O al menos, el proceso para que el electorado fuese consciente de ello, y para que un electorado europeo emergiera en una esfera pública europea, se había iniciado.
Idealmente, ya que el proceso había sido iniciado, el desarrollo lógico habría sido hacer de los ciudadanos conscientes de la existencia de estos “principales candidatos”, para que fueran capaces de escuchar sus ideas, su programa, su visión para la UE. En resumen, para emitir un voto informado y estar al tanto de su influencia. En la ausencia de un proceso de elección directa del presidente del órgano ejecutivo de la UE, al menos la ciudadanía europea podría votar de forma indirecta, ya que el sistema de Spitzenkandidaten implicaba que el candidato del partido (o coalición, la puerta estaba abierta) ganador de las elecciones sería elegido Presidente de la Comisión.
IAún así, algunas debilidades seguían formando parte del proceso desde su propio inicio. La primera era institucional: el proceso no era vinculante. El tratado sólo menciona que el Consejo Europeo debe tener “en cuenta el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo” para proponerle al Parlamento Europeo un candidato a Presidente de la Comisión. A la práctica, esto se tradujo en el sistema de Spitzenkandidaten en 2014, pero el sistema tenía una debilidad institucional desde su orígen: “tener en cuenta” es tan vago, que puede ser traducido al sistema de Spitzenkandidaten (lo que fue un paso adelante democrático) o en cualquier otra cosa (como una simple, opaca consulta con el Consejo, que es lo que se produjo ayer por la noche). La segunda debilidad era de tipo estructural: el proceso no era suficientemente conocido por la ciudadanía europea. Los debates de los Spitzenkandidaten no fueron retransmitidos en los principales medios nacionales (la televisión nacional francesa incluso se negó a retransmitirlo), ya fuera en televisión, radio, o en la prensa escrita. Los candidatos a MEP en los diferentes Estados Miembros y sus respectivos partidos nacionales no se molestaron, en la mayoría de casos, por difundir su afiliación europea y a su candidato europeo. Como suele ocurrir, la esfera pública permaneció enormemente dominada por los debates nacionales, los partidos nacionales, los políticos nacionales. Una lástima para una elección europea.
Pero bueno, en 2014 se estableció el proceso de los Spitzenkandidaten. Si votaba a los populares, Juncker sería el suyo; a los socialdemócratas, Schulz; a los liberales, Verhofstadt… Los Spitzenkandidaten eran una nueva norma no escrita, un pacto entre caballeros, y como todo aquel que se precie tuvo que ser defendido a capa y espada en el Consejo Europeo. Aquella vez la cosa salió bien y finalmente fue Jean Claude Juncker el elegido para someterse al voto del Parlamento Europeo.
El Parlamento Europeo frustró el respaldo a procesos más democráticos para la UE
Durante los siguientes 5 años vinieron los esfuerzos por profundizar en ese modelo de democracia pan-europea mediante la creación de las listas transnacionales, una verdadera europeízación del Parlamento Europeo con una circunscripción única. Pero lo impensable sucedió, y el propio parlamento fue el que derribó las listas transnacionales antes incluso de que hubieran podido despegar hacia el Consejo. Ese parlamento que tanto había luchado por los spitzenkandidaten, por acercar Europa a la ciudadanía de a pie, estaba virando. Pocos imaginábamos la traición que estaba por llegar.
Llegamos a las elecciones de 2019, con los grandes partidos de nuevo nominando sus Spitzenkandidaten, y finalmente llega el 26 de mayo. Por primera vez, con un Parlamento Europeo muy fragmentado, parece que la cámara legislativa se convertirá al fin en un espacio de negociación, un lugar para el acuerdo. Pero el Consejo ya no alberga caballeros en su seno dispuestos a defender el mecanismo de los Spitzenkandidaten con el ímpetu de 2014, o con la suficiente fuerza para hacerlo. Y así fue como apareció por sorpresa Ursula Von der Leyen, la ministra de defensa de Alemania, con la nominación para la presidencia de la Comisión Europea. El mecanismo de los Spitzenkandidaten estaba tocado.
Aún así, todavía quedaba en pie una última línea de defensa, el último garante de la democracia europea: el Parlamento Europeo. A pesar de la puñalada del Consejo Europeo, quedaba una oportunidad para que los representantes electos del pueblo europeo se plantaran y dejaran claro que era al Parlamento a quien correspondía decidir quién sería la próxima persona al frente de la Comisión Europea. Los acuerdos de trastienda habían muerto en 2014, y 2019 debía ser el clavo que sellara su tumba.
El Parlamento Europeo (el anterior, en realidad) había reivindicado que no apoyaría un Presidente de la Comisión que no hubiera sido un Spitzenkandidat. La institución no mantuvo su promesa. Incluso peor, apoyó a una persona ajena, desconocida para la ciudadanía europea, ¡e incluso para la mayoría de Miembros del Parlamento Europeo! Puede que Ursula Von der Leyen sea competente para el puesto, ¿quién sabe? Pero ese es realmente el asunto: no lo sabemos, porque no tuvimos la oportunidad de verla haciendo campaña, de escuchar sus ideas, su visión, para hacernos una opinión… En resumen, se nos negó una voz en la presidencia de la Comisión Europea.
Si solamente el candidato hubiera sido, aunque no un Spitzenkandidat, por lo menos alguien conocido por la ciudadanía, alguien que hubiera demostrado su compromiso europeo, alguien que hubiera dado discursos públicos para mostrar su visión, y alguien del partido o coalición ganadora (seamos sinceros, Michel Barnier era más conocido y había trabajado más por Europa que algunos de los Spitzenkandidaten), aquí la píldora habría sido menos difícil de tragar. Pero por el contrario, acabamos con una extraña, con una débil mayoría parlamentaria y sin la aprobación democrática de la ciudadanía. Tras meses de campaña con los Jóvenes Europeos Federalistas para conseguir procesos más democráticos y una ciudadanía mejor informada, sobra decir que este episodio deja un sabor amargo.
Llegó el día de la verdad y el Parlamento no ha estado a la altura. Con una escasa mayoría, el Parlamento Europeo, la casa de la ciudadanía europea, vuelve a dar por buenos los acuerdos entre bambalinas. Y así es como, en sólo dos semanas de mandato, éste se ha convertido en el parlamento que no quiso defender la democracia.
Seguir los comentarios: |