El cambio populista: cómo y cuándo Dinamarca se volvió islamófoba
En 2001 una coalición liberal-conservadora llegó al poder y así se mantuvo durante los siguientes diez años, marcando la primera vez que la derecha obtenía mayoría política en los últimos cien años. Este cambio fue posible gracias al apoyo del Partido Popular Danés, conocido como DPP, un partido nacionalista y antiinmigración que sacó provecho de los ataques terroristas ocurridos el 11 de septiembre del mismo año. Los atentados formularon el discurso político del partido durante la campaña y tras las elecciones, avivando un creciente sentimiento contra la inmigración envuelto en la xenofobia e islamofobia que aumentaba por momentos.
En el eje central de los discursos islamófobos de la época se encontraban las reivindicaciones de identidad, pertenencia y modernidad; cargadas de connotaciones sobre lo que era o no civilizado que recordaban el pensamiento racista que siglos atrás había asolado Europa y dio lugar a algunas de nuestras mayores atrocidades. Estas ideas fueron llevadas al Parlamento alentadas por el DPP bajo el mensaje "solo hay una cultura y es la nuestra", palabras que marcarían el tono de la política escandinava durante los siguientes veinte años. Hoy los gritos de guerra sobre una “invasión” de Europa se han vuelto algo convencional. La mera visibilidad de estos “invasores” supone una amenaza para la identidad danesa, ya que la división entre “occidentales” y “no occidentales” se ha convertido en la política oficial para distinguir a los solicitantes de asilo que entran al país, delimitando por un lado a los civilizados y por otro a los incivilizados, alimentados por la xenofobia danesa.
No hay alojamiento: el objetivo de alcanzar los “cero” refugiados
A fin de cambiar el curso de la globalización Dinamarca se ha comprometido a lograr el objetivo de “cero solicitantes de asilo”, rechazando la cuota de refugiados de la ONU. La política proviene del partido socialdemócrata que gobierna en la actualidad y parece estar funcionando. El año pasado el país recibió 1.547 solicitudes de asilo, frente a las 21.316 de 2015, durante el punto álgido de la crisis de los refugiados. Desde entonces, el número de solicitantes de asilo aceptados ha disminuido cada año, procediendo la mayoría de Siria, Eritrea, Afganistán, Irak, Marruecos y Somalia.
Asimismo, el gobierno danés ha dejado de renovar el estatus de residencia de los refugiados. Estos solían renovarse automáticamente pero ahora se han reducido a 1 o 2 años frente a los 5 o 7 anteriores, mientras que a algunos de estos solicitantes se les ha retirado por completo este permiso. Dinamarca considera que Damasco, Irak y Somalia son seguros y, por tanto, los refugiados pueden ser devueltos a sus países de origen. Esto sucede a pesar de que este punto de vista ha sido criticado por ACNUR, ya que Dinamarca es el único país que reconoce estos lugares como seguros y que envía a los refugiados de vuelta a casa, a pesar de haber sido el primer país en firmar la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de la ONU. Sin embargo, debido a las prohibiciones de devolución, el país sólo puede «motivar» a que regresen a casa a los solicitantes y lo hace creando un entorno hostil.
La justificación de esta política parece ser que, según los socialdemócratas, los musulmanes perturban la cohesión social y representan un choque cultural porque «los musulmanes no pueden integrarse y, por tanto, no pueden convertirse en inmigrantes», según el DPP. Los socialdemócratas han cumplido el deseo de la extrema derecha al catalogar de manera oficial a grupos de personas como no occidentales y limitar la aprobación del número de solicitudes de asilo de este grupo. El intento de disimular su islamofobia mediante la división, aparentemente abierta, entre occidentales y no occidentales tan solo sirve para reforzar la idea de que la islamofobia es una forma de racismo (como se señala en el Plan de acción de la UE contra el racismo), más que una forma de discriminación meramente por motivos de afinidad o expresión religiosa, ya que la mayoría de los países considerados como no occidentales por el gobierno danés son países musulmanes.
Sociedades paralelas
La idea de que los inmigrantes no occidentales, categorización que se extiende a sus descendientes, no pueden integrarse y, además, suponen una amenaza para el modo de vida danés, junto con el hecho de querer resaltar sus diferencias señalando si proceden de occidente o si son civilizados, ha acabado creando sociedades paralelas. Es decir, la existencia, al parecer demasiado evidente, de un sector de la población que lleva un estilo de vida percibido como diferente al de las comunidades hegemónicas. La afirmación no es solo que no quieran integrarse, ni tampoco que sean incivilizados por naturaleza, sino que su propia presencia perturba la identidad danesa. Un ejemplo de ello fue la inclusión de una canción de un compositor musulmán en un libro escolar para niños, que fue recibida con duras críticas en las que se tildó al compositor de terrorista y se consideró que añadir la canción contrariaba el propósito del libro: aprender sobre la identidad danesa.
Este temor a las comunidades mayoritarias no occidentales ha llevado al gobierno a proponer una política anti-guetos. Se entiende por guetos los lugares con un 50% de población inmigrante con unos ingresos brutos inferiores a la media en un 55%, un 60% de adultos de mediana edad sin estudios y una tasa de criminalidad tres veces superior a la media nacional. La idea parece ser que la gente prefiere vivir en guetos en lugar de intentar integrarse en la sociedad danesa, cuando en realidad los guetos suelen ser el resultado de la segregación social. Suelen estar asociados a la pobreza y a unas condiciones de vida inadecuadas, dos cosas que los inmigrantes no occidentales tienen una probabilidad mucho mayor de experimentar [1]. Los guetos están plagados de connotaciones raciales y aluden a una forma de segregación alimentada por la desigualdad racial. Son, en esencia, la respuesta física a la pregunta: ¿para quién es la ciudad?
¿Cuáles son las implicaciones prácticas de esta política? Según la primera ministra el objetivo es acabar por completo con la existencia de los guetos limitando la población inmigrante al 30%, obligando a los hijos de padres no occidentales a asistir a guarderías que enseñen valores daneses y reduciendo las prestaciones sociales de los habitantes de esas zonas. El objetivo de esta erradicación parece ser la reducción de las diferencias visibles en la sociedad y no atajar las causas profundas de la desigualdad económica y la exclusión social. Por otra parte, es discutible que el objetivo sea aumentar la integración mediante la redistribución de los inmigrantes, los estudios han demostrado que esto es contraproducente ya que lo que provoca es un mayor aislamiento. Como señala este estudio “las conexiones sociales del vínculo intergrupal son lo que los inmigrantes pueden necesitar para mediar en las relaciones sociales con la comunidad de su país de acogida” y las entrevistas con los refugiados muestran que fueron excluidos en las comunidades puramente danesas. De hecho, es difícil imaginar que sean bienvenidos en un clima así.
El caso de Dinamarca recuerda la marginación que alimentó las injusticias pasadas que han dado forma a nuestro continente. Por supuesto, no es ni mucho menos el único país que mantiene estas opiniones, pero es un ejemplo sorprendente. Hoy en día, en Dinamarca, estas ideas se traducen en un continuo desplazamiento forzoso y en la privación de los frutos de la modernidad, lo que refleja las crecientes tensiones del multiculturalismo y la globalización, a las que hay que hacer frente con una convicción reforzada en una identidad europea pluralista que es fundamental para el proyecto europeo.
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