Esta definición, y por tanto, su vinculación con actividades antrópicas es ampliamente aceptada por la comunidad científica. Los expertos van más allá y no dudan de que el periodo de calentamiento actual, iniciado en la revolución industrial, está íntimamente relacionado con el modo de producción y generación eléctrica desarrollado desde entonces. Por ello, atribuyen a las acciones humanas el grueso de la responsabilidad en el cambio climático de nuestra era. Aún más extenso es el acuerdo acerca de que sus afecciones no sólo son ambientales, sino también socioeconómicas, pues los países con recursos más escasos son y serán los que más sufran la variabilidad climática por su limitada adaptación a los cambios bruscos. Al respecto, son los conocidos como Gases de Efecto Invernadero, integrantes de la atmósfera, los causantes del incremento de temperatura global. Estos, de origen natural y antrópico, “absorben y emiten radiación en determinadas longitudes de ondas provocando un calentamiento”, conocido como efecto invernadero, que es un mecanismo natural que la Tierra posee para regular su temperatura y evitar que parte del calor irradiado escape al espacio. Así, es en este proceso dónde se focaliza el problema actual, que está derivando en un progresivo y rápido aumento de la temperatura media del planeta, pues las emisiones no-naturales, es decir, las causadas por la actividad humana, están descompensando el equilibrio gaseoso, incrementando exponencialmente la concentración de estos gases.
Por su parte, la Organización Meteorológica Mundial alerta que la permanencia del dióxido de carbono, principal gas de efecto invernadero, en la atmósfera es especialmente amplia. Justamente, este organismo indica que “el mundo está abocado al cambio climático, con independencia de cualquier reducción transitoria de las emisiones”.
La confirmación de este hecho se evidencia con un estudio realizado por el Observatorio de Sostenibilidad, en el que se concluye que “las crisis puntuales y sus impactos en materia de contaminación no suponen una alteración en la concentración de partículas contaminantes en la atmósfera”. Esta afirmación se extrae al observar que tras la crisis de 1974, la de deuda de 1981, la caída de la URSS o la gran recesión de 2008 se produjo un descenso puntual de las emisiones de CO2 pero que no alteró su tendencia incremental . De ahí que el cambio climático constituya una realidad que ya va a tener implicaciones inevitables, pero sobre la que se pueden minimizar sus efectos más severos.
Seguidamente, se hace especialmente necesario comentar algunas de las consecuencias que se aprecian en el tiempo presente y que se derivan del cambio climático actual. Quizá lo más evidente es el constante aumento en la temperatura, como así lo confirma la OMM señalando que el lustro 2015-19 ha sido el más cálido desde que se conocen datos. Hoy la temperatura media global es 1,1ºC superior a la media de la era preindustrial y cerca de 0,9ºC superior a la de 1970, confirmándose una aceleración del fenómeno. De igual modo, se constata que la concentración de CO2 en la atmósfera, que alcanzó el año pasado las 407,8 partículas por millón, es un 26% superior a la registrada 50 años atrás, incrementándose un 18% entre los años 2015 y 2019. Sin duda, habría que remontarse centenares de miles de años para encontrar una acumulación similar.
No obstante, no constituyen las únicas afecciones derivadas de este proceso de alteración climática, pues también es importante la subida media del nivel del mar, alcanzado un ascenso de 112 milímetros en medio siglo. Justamente, este hecho se relaciona directamente con el incremento de la temperatura, pues provoca un mayor flujo de agua procedente de la fundición de los casquetes polares, así como la expansión de la lámina de agua por dilatación. También son destacadas las consecuencias derivadas de estos procesos, pues alteran profundamente los ecosistemas y la biodiversidad terrestre y marina, fundamentalmente por la recurrencia de eventos climáticos excepcionales, como lluvias torrenciales y periodos prolongados de sequías. Además, según la OMM cabe destacar que “el efecto invernadero también contribuye a desastres naturales que abonan el terreno para la aparición de epidemias, como el cólera”.
Por todo lo anteriormente expuesto, se hace necesario frenar lo antes posible la crisis climática. Para ello se han celebrado actos al más alto nivel político, con el objetivo de alcanzar acuerdos globales en materia ambiental y así preservar y asegurar la vida humana.
Respuesta institucional frente al problema medioambiental:
La inclusión del medio ambiente en la agenda política internacional tuvo lugar en 1972, cuando se celebró en Estocolmo la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano. Posteriormente, e incrementando su notoriedad, se sucedieron reuniones 9 para tratar el problema. De todas ellas, sin duda, la más importante es la Conferencia de las Partes (COP, por sus siglas en inglés).
La COP es desarrollada por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y tiene carácter anual, comenzando en 1994. En esta cumbre se reúnen las “Partes” que han ratificado las Convenciones de las Naciones Unidas, concretamente 196 países y la UE, tomándose las determinaciones por consenso. Así, han sido veinticinco las COP que se han celebrado. De ellas, dos han sido las que fijaron objetivos concretos para reducir las emisiones. Entretanto el resto, con avances menores, han servido para actualizar la agenda y supervisar los acuerdos adquiridos. Por su parte, en la COP3 de Kioto, celebrada en 1997, las países adoptaron el compromiso de reducir un 5% sus emisiones, mientras que en la COP21 de París, celebrada en 2015, el objetivo principal fue frenar el incremento de temperatura a menos de 2ºC para final de siglo, considerando responsabilidades diferenciadas. Aún así, no se ha logrado el objetivo de estabilización de emisiones.
De acuerdo con esto, cabe prestar especial atención a la COP21, pues lo acordado allí entra en vigor este año y marcará el devenir de la acción medioambiental. Además, constituye el primer acuerdo vinculante sobre el clima, firmado por 195 países. Para cumplir su objetivo de frenar el ascenso término se han establecido unas bases a considerar, a saber: reducción de emisiones (mitigación), transparencia, adaptación, daños y perjuicios, apoyo y contar con las partes no signatarias.
Cronológicamente la COP25, celebrada en Madrid el año pasado y presidida por Chile, ha sido la última de estas cumbres en celebrarse. Fue precedida por la instauración de la Alianza de Ambición Climática, que responsabiliza a los países a desarrollar planes más ambiciosos, según lo acordado en París. Además incluye al sector privado, junto a regiones y ciudades.
En el contexto de esta Alianza, han sido 103 las naciones dispuestas a aumentar su plan de acción y ya se ha reconocido a 11 naciones que han dado comienzo al propósito. Incluso se ha dado a conocer que 120 países, la Unión Europea, 15 regiones, 398 ciudades, 786 empresas y 16 inversionistas van a trabajar para alcanzar la neutralidad en carbono para el año 2050. Asimismo, se llamó a la Acción para la Adaptación y Resiliencia, incluyendo a 118 países y se puso en el centro el uso de recursos hídricos, la resiliencia infraestructural y la sostenibilidad urbana.
Retomando la Cumbre del Clima de Madrid se debe indicar que los resultados alcanzados fueron ínfimos, pues no se logró un acuerdo de envergadura, posponiendo los temas centrales para la próxima COP, en Glasgow. Esta disconformidad quedó demostrada en la lejanía entre los Gobiernos y la comunidad científica, todo ello enfrentando un contexto internacional tenso, fundamentalmente por las disputas económicas entre China y Estados Unidos. Acorde con esta afirmación, sólo 84 países se comprometieron a reducir ampliamente sus emisiones y entre ellos no se encontraban los mayores responsables de las emisiones, EE. UU., China, Rusia e India. Sin embargo, fue el desarrollo del artículo 6 del Acuerdo de París, cláusula de los mercados de carbono, el que más controversia generó, aplazándose como ocurrió un año atrás. Con respecto a los mercados de carbono, es decir, el 14 mecanismo que permitiría controlar y limitar la emisión de gases de efecto invernadero, cabe mencionar que surgieron en el contexto del Protocolo de Kioto y en relación al Mecanismo de Desarrollo Limpio. Así, emergió el mercado de comercio de derechos de emisión europeo en 2005 para cumplir los objetivos fijados en la COP3.
Al respecto, en París se acordó que existiera un mercado en el que las naciones pudieran comprar y vender bonos de carbono, es decir, derecho a contaminar. La concepción del sistema era que “un país que apueste por energía renovable y reduzca emisiones, pueda vender esas cuotas de emisiones a otro que no evite la contaminación”, por lo que contaminar sale caro. Pero el problema, y el principal obstáculo para su aprobación, es cuantificar el valor de los derechos y fijar quién vigila y sanciona.
Por lo que se refiere a esfuerzo internacional, la Unión Europea, sin duda, se encuentra a la cabeza de la ambición climática. Por ello dio forma a una coalición de países que desembocó en el resultado positivo de la COP21 de París. Así, fue la primera economía en presentar su contribución para con el nuevo acuerdo.
En la actualidad y, en el seno de la COP25, la UE ha presentado el Pacto Verde Europeo como vanguardia para enfrentar el cambio climático. Este constituye la hoja de ruta para 20 construir una economía moderna, eficiente y competitiva, aspirando a alcanzar una economía limpia y circular, restaurar la biodiversidad y reducir la contaminación, con el fin último de convertir Europa en el primer continente neutro en carbono.
La crisis de la covid-19 y la lucha climática:
En cuanto a las afecciones que el coronavirus vaya a tener en la acción frente a la crisis climática, se puede constatar que ya se han producido cancelaciones importantes como la de la Cumbre del Clima de Glasgow, que se pospone para el año siguiente y la Cumbre de la Biodiversidad de la ONU. Aún así, esta no es la única ni la menos importante de las consecuencias, ya que algunos gobiernos se plantean retroceder en la legislación ambiental para favorecer el crecimiento económico. Así, peligran proyectos tan ambiciosos como el Pacto Verde Europeo.
En medio de este panorama, en Europa comienzan a surgir movimientos que se oponen a la ambición de alcanzar la neutralidad en carbono para el año 2050. Este es el caso de República Checa, Hungría y Polonia por su dependencia del carbón, aludiendo a las consecuencias derivadas de la crisis de la Covid-19 para retrasar la transición energética. También, partidos políticos europeos conservadores, junto con grupos de interés y sectores como el del automóvil, han propuesto que los fondos destinados para la lucha ambiental se destinen a relanzar las economías europeas. De esta manera se observa cómo el avance en 22 legislaciones nacionales concretas (véase el Pacto Verde Europeo) podrían estar en peligro, poniendo en riesgo la mayor parte de la legislación “verde” desarrollada en los últimos años en el continente europeo.
Como se indicó anteriormente, algunos bloques políticos del Parlamento Europeo enfrentan la financiación de este tipo de actuaciones y reclaman que “el dinero asignado a la política climática se destine a la pandemia”, como es el caso del Grupo de Conservadores y Reformistas Europeos. Además, el Partido Popular Europeo, el de mayor representación en el hemiciclo de Estrasburgo, pide suprimir algunas actuaciones concretas del Pacto Verde, como la estrategia “De la granja al plato”, que pretende incentivar el comercio de proximidad para disminuir las emisiones en el transporte de alimentos.
Continuando con la desregulación ambiental, el efecto más representativo de la crisis del coronavirus se puede observar en Estados Unidos . Allí, la Agencia de Protección del Medio Ambiente ha anunciado que, “debido a la incidencia del coronavirus en la economía norteamericana, se suprimen las leyes de protección ambiental hasta que la pandemia se supere”. No cabe duda que se trata de una decisión motivada por la presión de refinerías e industrias, pero también para aliviar los requerimientos medioambientales y potenciar la reactivación de las empresas petrolíferas.
En síntesis, la dicotomía entre regulación ambiental y economía parece haber florecido con la llegada de la crisis de la covid-19. Acorde con esta noción se encuentran los ejemplos expuestos anteriormente. No obstante, en Europa algunos gobiernos mantienen la intención de potenciar el crecimiento económico manteniendo, e incluso fortaleciendo, la legislación en favor del medio ambiente. Esto ocurre en España, donde el gobierno aprobó hace pocos días el proyecto de Ley de Cambio Climático. Al respecto, la Ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, concluyó que “la recuperación de nuestra economía encontrará en las soluciones climáticas un buen espacio de compromiso y relanzamiento”.
A pesar de que es en estas dos áreas geográficas donde más podrían verse alteradas las políticas “verdes”, tampoco hay que olvidarse de China, primer país afectado por la pandemia. A causa de la paralización económica de las zonas más productivas del país, el compromiso chino de avanzar en la descarbonización parece que se ha diluido. Así, el gobierno del país asiático ha apostado por el carbón para relanzar su actividad económica, con una inversión de más de 6000 millones de euros para levantar plantas de carbón. Esto, según un informe de Carbon Brief, pondrá en riesgo que China cumpla con los objetivos fijados en el Acuerdo de París.
También es importante destacar que el descenso en las emisiones, por el parón económico en gran parte del mundo y por el descenso considerable de la movilidad, rondará el 5-6% este año. Según The Guardian, esto supone “la caída más alta provocada por una recesión económica de los últimos cincuenta años”. No obstante, se trata de una caída por debajo del 7% estipulado en el Acuerdo de París, por lo que no supondrá un freno para el calentamiento global. En realidad, la concentración de CO2 en la atmósfera sigue incrementándose pese a la bajada de la contaminación.
Todas estas observaciones se relacionan con un profundo vínculo entre la contaminación y la actividad productiva capitalista. Luego, el confinamiento y el estancamiento económico ha supuesto el descenso anteriormente indicado. A modo de ejemplo, en las ciudades españolas, las primeras dos semanas de estado de alarma, la reducción superó el 50%, según un informe publicado por Ecologistas en Acción. Por ello, algunas personas pueden llegar a pensar que esto puede ayudar a acabar con la crisis climática, pero no es real. A pesar del espejismo, los expertos señalan que la crisis del coronavirus puede suponer un avance en el entendimiento del problema ambiental.
Perspectivas de futuro:
El siguiente apartado pretende dar cuenta de algo que aún se muestra como una incógnita: ¿qué ocurrirá con la lucha climática al fin de la pandemia de la covid-19?
Correspondientemente, surgen muchas dudas del posicionamiento que tomarán los gobiernos, principalmente en Europa, que se había convertido en vanguardia en la lucha climática. Por ello, y a pesar de que hay voces que pretenden tumbar a corto y medio plazo el Pacto Verde Europeo, autoridades dentro de la Comisión Europea, como el comisario de agricultura, apuestan por defenderlo, pues supone una oportunidad para reestructurar la economía desde un enfoque “verde y sostenible”.
En lo que respecta a las emisiones contaminantes, la gran mayoría de los expertos coinciden en que la caída será a corto plazo y que se prevé que en breve se recuperen, o se superen, las cifras anteriores. No obstante, existe cierto consenso al señalar que la crisis sanitaria proporciona ciertas ventajas en la lucha climática, pues se demuestra que la comunidad internacional puede trabajar por un interés común de forma simultánea.
Pero, sin duda, la cuestión más importante a tratar es la relación entre legislación ambiental y el sistema económico actual. De este modo, se espera que se produzcan cambios estructurales para poder reducir la presencia del CO2 en la atmósfera. A pesar de esto algunos escépticos esperan que la salida de la crisis fomente el incremento de las emisiones. Así, Juan López de Uralde, diputado y presidente de la Comisión para la Transición Ecológica del Congreso de los Diputados, cree que “hay un riesgo real de que se termine imponiendo la lógica desarrollista en la cual todo vale para seguir creciendo", en detrimento del planeta. Justamente, como se indicó más arriba, podríamos encontrarnos ante el comienzo de una desregulación ambiental sin precedentes.
Esta tesis también es defendida por el director del Observatorio de la Sostenibilidad, Fernando Prieto, quien afirma que “para doblar la curva del clima son necesarias reducciones de emisiones continuadas en el tiempo con una estructura económica descarbonizada que genere y mantenga empleo y no por una crisis sanitaria". De esta manera, se abre la posibilidad de transformar la economía en el largo plazo y no confiar en fenómenos coyunturales para frenar el cambio climático. ´Sin embargo, el sistema neoliberal se opone a la oportunidad que la crisis sanitaria le ofrece para cambiar sus estructuras económicas y, así, progresar en la lucha contra la emergencia climática.
Acto seguido surge necesariamente la pregunta de qué pasará con los acuerdos internacionales adoptados en los últimos años por los países con sus respectivos compromisos de disminución de las emisiones. Al respecto, el ministro japonés de Medio Ambiente avisó que si los compromisos ambientales quedan relegados frente al crecimiento económico, “el acuerdo climático de París podría enfrentar la muerte”. Con todo, en el contexto de la OP25 y posterior COP26, se está buscando aumentar el número de países que formen parte de la Alianza de Ambición Climática, así como incrementar la participación del sector privado. Con todo esto, se persigue acelerar la transformación para cumplir lo estipulado en el Acuerdo de París.
Finalmente, la comunidad científica advierte que los esfuerzos internacionales deben extenderse y reforzarse si se quiere evitar que la temperatura media global ascienda más de 2ºC de aquí a final de siglo. En cambio, la ONU estima que con los planes expuestos por los países, el ascenso será de unos 3,2ºC para el año 2100.
Reflexiones finales:
A pesar de que algunos gobiernos están mostrando su férrea voluntad de aumentar su ambición en la lucha contra la crisis climática, todavía existe cierta desconsideración hacia las evidencias científicas a la hora de tomar medidas o fijar objetivos concretos. Por todo esto, el año 2020 estaba fijado en la agenda como clave para construir un acuerdo lo suficientemente ambicioso para frenar cuanto antes el incremento de la temperatura media global. Sin embargo, esto sucede tras años de decepción y previsiblemente, y con la crisis de la covid-19, fracasará de nuevo.
Asimismo, las movilizaciones masivas del año pasado por todo el mundo parece que tampoco dieron resultado en la Cumbre del Clima de Madrid, alejando cada vez más la posición de los gobernantes y la de la ciudadanía, más concienciada. Así, para el 67% de la población el cambio climático ya constituye la mayor preocupación, según el PRC.
En cuanto al consumo, se debe mencionar que en estos últimos meses se ha incrementado considerablemente el gasto de los hogares en supermercados y grandes superficies alimentarias, con el consiguiente riesgo de contagio. Esto ha sido motivado en parte por las restricciones al acceso de huertos y otras plataformas de autoconsumo, por los confinamientos impuestos. Por ello, asociaciones ecologistas han pedido insistentemente que estos sistemas de abastecimiento quedasen exentos de las restricciones. Además, se han reivindicado, junto con el comercio de proximidad, como parte de la lucha frente al cambio climático y se espera que en el futuro aumenten en número y en extensión.
Por otro lado, debería abordarse con celeridad la presión sobre los recursos, sobre todo los hídricos, y el uso masivo de elementos plásticos, así como su reciclaje. También es importante centrar los esfuerzos en desarrollar un nuevo modelo de ciudad, reordenando su estructura y fomentando una movilidad más sostenible, pues en el medio urbano se emiten cerca del 70% de las emisiones totales.
Por último, se debe considerar la labor que los ecosistemas poseen en su capacidad para “filtrar” parte de las enfermedades y reducir, de esta manera, su transmisión a los humanos. Al respecto, el biólogo Fernando Valladares afirmaba que “no solo la biodiversidad nos protege de los virus; los ecosistemas estables y funcionales lo hacen en general y de múltiples formas, pero la función protectora de estos se está debilitando con el cambio climático”.
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